martes, 17 de junio de 2008



Empieza a faltar el combustible. Los alimentos amenazan con llegar a un desabastecimiento. Las rutas se encuentran cortadas de manera casi permanente. Vivir en paro es casi una rutina. La gente se moviliza. Los grupos protestan. Todos se quejan, nadie resuelve nada. En medio del caos, un solo grito, un solo reclamo. Por fuera de toda toma de partido por una u otra orilla del río, el país entero reclama por una cuota de buena voluntad, por un gesto de solidaridad con nosotros mismos. Diálogo. Esa palabra tan simple y a la vez tan compleja, que posee a un solo tiempo la capacidad infinita de cambiar el rumbo de las cosas.
Somos testigos de provocaciones constantes que llevan a una lucha de poder que no desemboca en quien es el que tiene razón sino en quien tiene mayor poder para imponerse. Con que coherencia creemos que se resolvera el conflicto? Si se pierden de vista los objetivos, si lo que se busca en realidad, y tras las mas diversas fachadas, es demostrar lo grande y poderoso que se es, el camino no lleva a buenos puertos. Si lo que se busca es un acuerdo, no hay manera de plantearlo desde una postura absoluta y sorda. El diálogo tiene que llevar a la confrontación pacífica, a la argumentación coherente, y a la búsqueda de puntos de flexibilidad en donde encontrar articulaciones entre las distintas miradas que lleven las discordias a puertos de calma, donde no haya vencedores ni vencidos.
No queremos un país en guerra de todos contra todos. Queremos un país en paz, será mucho pedir?